martes, 30 de junio de 2015

Atenas (Impresiones griegas)

Están locos, estos griegos... con su extraño alfabeto, cuyas letras parecen diseñadas por un niño jugando con una caña en la arena, haciendo extraños dibujos que dioses y hombres revistieron de simbolismo, otorgándoles caprichosos significados… Terrible y amenazante sin serif, vistoso y amable en su versión caligráfica más vestida, áspero y locuaz en sus fonemas.

Mi hotel se ubica en un barrio medio de la ciudad. Es una zona gris y sucia, decadente como todo en Atenas. Abundan las pintadas callejeras sin otro objetivo que no sea marcar un territorio ya señalado en demasía.

Muchos negocios permanecen cerrados, con sus escaparates acusadores, en huelga indefinida ante una situación generada no por ninguna crisis, sino por una mafia, tal como comenta un tendero ante uno de los locales que permanecen abiertos. Hay aquí quien resiste obstinadamente y madruga para trabajar. A esos rebeldes se les puede ver ante la puerta de sus establecimientos, hospitalarios y afables a la vez que airados, frecuentemente acompañados por sus perros. Canes viejos y leales, bien alimentados y somnolientos, de trato cordial aunque sin exhibición de aspavientos. Con aire sabio y cansado custodian a sus personas y a la ciudad en consonancia con ese declive que se intuye eterno.

Es Atenas como una mujer en la transición entre la madurez y la vejez, irremediablemente hermosa pese a sus años de fumar, beber y reír al sol, sin máscara ni filtro. Se le corrió el eyeliner y el carmín se escapa entre las comisuras de sus labios agrietados. Quisiéramos retocar su maquillaje y remediar el encrespamiento de su cabello, corregir levemente con pinzas la línea de sus cejas altas, ligeramente descreídas. Recolocarle el collar ladeado y una tiranta que amenaza con caer. Fantaseamos incluso con nutrir su ajado  cutis, antaño fino.

No hacemos sin embargo nada de eso y nos quedamos admirándola, deleitándonos en esa dignidad pasmosa que le resulta tan propia que no han podido arrebatársela. Expoliada de sus joyas y conocedora de la falta de consideración que la vida le ha mostrado, sigue mirando hacia delante, con un leve encogimiento de hombros y cierto desdén en la mirada cansada, penetrante y sardónica que todo lo abarca.

Así permanecen en mi mente los atenienses y su ciudad.

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