viernes, 29 de mayo de 2015

La maleta roja- parte 1



Estaba segura de que acabaría arrepintiéndome, pero aún así, compré aquella maleta roja...Era tan distinta de todas las que había tenido anteriormente, asépticas, neutras, oscuras. Maletas todas en infinitos tonos marengo, humo, taupe y ceniza, para una persona gris, como yo.
Ya que había reunido el valor para aceptar la invitación de Claudette para pasar con ella unos días en París, en su coqueto estudio del distrito 5, la ocasión bien merecía un toque chic. No quería presentarme ante aquel lugar mágico y mi amiga, tan luminosa, en pleno esplendor de mi yo provinciano y ratonil.
Compré mas cosas aquella jornada consumista: prendas claras y ligeras, en tejidos vaporosos; un perfume caro, floral y ligeramente empolvado; aquellos productos cosméticos que tan encarecidamente me recomendaba Claudette: “¡Pero si eres monísima! Sólo necesitas darle de beber y vitamina C a ese cutis tuyo, tan agradecido y maltratado a la vez. Un lapiz verde para delinear la mirada...¿Ves? Este es discreto y te realza el color de los ojos. Cuando dejes de llorar tanto, estarán aún mas bonitos. Mira, este antiojeras, para disimular esa fatiga que se te ha instalado ahí. No protestes, querida, se que es caro. Pero verás que efectivo. Señorita, ¿me puede atender? Sí, póngame este antiLuis. ¡Uy que digo! Si, cielo, por ahí van los tiros. Aquí tienes. En efecto, Luis es el desgraciado que tanto la ha hecho llorar. ¡Que mastuerzo! ¿A qué es guapa, mi amiga? Claro, si yo se lo digo. Esto a base de tarjeta, tacones y a la calle, se lo curamos.
Ese era mi gran problema, poco original y viejo como el mundo: mal de amores. Mal de Luis, que no solo me había dejado destrozada. Yo se lo había permitido, aún peor.
Todas aquellas cosas, que ella me había ayudado a escoger antes de marcharse (“¡Recuerda, te veo en París en una semana! Lo tendré todo preparado...las bicicletas, la cámara de fotos, los hombres, el Sena...”) las metí en mi flamante maleta roja. No habría muchas iguales en la cinta transportadora del aeropuerto, pensaba, animándome ante la perspectiva del cambio de aires, de llegar con mi lindo y alegre equipaje a la ciudad de la luz, deseando contagiarme del joie de vivre de mi amiga, del lugar.
Cuando ya instalada con Claudette abrí la maleta, el eco de sus carcajadas, que retumbaban cavernosas, se mezcló con mi bochorno. ¿Qué era todo aquello? No eran las cosas que yo tan cuidadosamente había seleccionado para un fin de semana largo. No, para nada eran míos aquellos productos: polvos corporales con fragancia a regaliz, comestibles y brillantes, con una borla aplicadora; esposas de peluche y antifaz de encaje; aceites esenciales “aceleradores del orgasmo” (lo juro, aquello ponía en el frasco); látigo de satén 'bondage' (¡eso me sonaba de “50 sombras de Grey”!); preservativos con olores y sabores frutales y también mangos con peculiar forma anatómica “para consuelo y solaz” (vuelvo a jurar, así rezaban las etiquetas). Todo aquello contenía mi maleta, que, estaba claro, no era mi maleta.

Entre risas y analizando cada artículo con exclamaciones de deleite, Claudette me sacó de mi estupor. “Querida, que casualidad tan deliciosa. Está claro que habéis intercambiado los equipajes sin querer, tu y una vendedora de Maleta Roja, esa nueva marca femenina. Exactamente, me refiero a una de esas chicas que te anima a reunir a varias mujeres en un piso con cócteles y ganas de reir y gastar dinero. ¡No pongas esa cara! Esto es fabuloso!

jueves, 28 de mayo de 2015

Toda la oscuridad

Aquel pequeño gesto tuvo lugar en El Corte Inglés. Como tantas otras cosas en la vida. La chica se compró el cuaderno para volcar en él aunque fuera una mínima parte de su oscuridad. Pero la libreta era reluciente, con una mujer preciosa y serena en su portada.
-"Que pena, llenar de negrura algo que desprende tanta luz"- pensó en el momento de pagar, ante la contemplación de aquel delicado y costoso artículo de papelería de lujo, de belleza, simplicidad y utilidad tan rotundos.
Ya en casa, abrió la nueva libreta y reparó en las lágrimas que resbalaban por una parte del rostro de aquella desconocida, la zona que tapaba su cierre magnético.
En su interior, leyó una frase en inglés que traducida, quería decir que el alma no tendría arco iris si los ojos no tuvieran lágrimas.
La chica se dijo a sí misma: "Tal vez el cuaderno sí sea adecuado para mí". Lo abrió y comenzó a emborronarlo, mientras sonaban de fondo los acordes angustiosos y torturados de la banda sonora de El Cuervo. Había olvidado cuanto le gustaba ese disco oscuro, había olvidado tantas cosas que ya ni se conocía.
Pero también había cosas nuevas. Cosas para ella y para el cuaderno. Podría plasmarlas ahí, junto con las viejas, e intentar recomponer el puzzle de su alma.
Lo que estaba claro es que tendría que soltar lastre. Decidió comenzar por toda la oscuridad. A fin de cuentas, hasta en la noche mas impenetrable había una innegable fascinación desde el principio de todos los tiempos. Y su gusto por el lado oscuro iba mas allá de cierto tipo de cine y aquella ropa negra que la espiaba desde el ojo temible del armario semiabierto. En los últimos tiempos, había abrazado su propio lado oscuro, que ya le provocaba mas curiosidad que temores.


jueves, 14 de mayo de 2015

Personilla

Hay una Personilla que siempre le saca la sonrisa a la lectora de otros, que le tiene el corazón robado, a buen recaudo y calentito hasta en los días mas fríos.
Personilla es pequeña e inquieta, tierna y nerviosa, una cosita pelucha en movimiento constante de terciopelo negro con hebras de fuego y plata. Husmea su trufa negra en el cuello de la lectora, aportando fresco alivio como un beso de rocío, juntando su corazoncillo enorme -mucho mas enorme de lo que parecen permitir sus cuatro kilos- al de su humana.
La chica es suya y Personilla lo sabe desde que era tan solo unos gramos de ojos cerrados y quejidos insistentes.
Se apodera de todos los rincones de la casa, los muebles y la lectora. Son, sus conquistas, victorias selladas a base de siestas, bostezos, estiramientos y mordisquillos.
No es que la lectora la haya criado muy consentida, es que no podía ser de otra forma. Su rosada lenguecilla de fresa, de princesa, golfilla y vampiresa, es un bálsamo para el corazón de L, remendado, asegurado con velcros e imperdibles y aún así, amenazando con explotar y salirse el -quizá excesivo- relleno. Su frente, enfebrecida de puro atormentarse, nublada con un ceño casi perpetuo, se ve invadida por las cejas sorprendidas, los rizos locos, juguetones, ante  los ataques joviales y las embestidas de topillo ciego de su compañera, su mejor amiga.
Cuando está bien o intenta estarlo, L la lleva paseo. A veces van cerca de casa, al pequeño cerro desde el que se divisa la vista mas bonita del casco antiguo del pueblo. Otras veces, suben al monte, donde se cruzan con pinos, hinojos, ciclistas, romero, piñas caídas e incluso cabras montesas a lo lejos. Ascienden poco a poco por una conocida vereda, que se va empinando gradualmente hasta llegar al cabo de unos kilómetros, a La Fuente. Allí beben agua fresca, reposan, comen manzanas. Se hacen selfies, saludan a todos los que hacen la parada de rigor en el lugar. Emprenden la vuelta, Personilla, ligera y mas tranquila de lo que estaba al comenzar el camino. La lectora, cansada y temblorosa, con la cara colorada por el inusual esfuerzo que rompe su sedentaria rutina, el semblante relajado y las nubes en el cielo, que no en su cabeza.
Cuando no está bien ni hace por estarlo, la lectora se queda en casa. A Personilla no le importa mientras no la deje sola. Se enseñorea de las corvas de la chica, de su vientre, de los mejores cojines. Se suceden las historias en los libros, las películas e internet y ambas son una constante corporal de latidos, suspiros y gruñidos para la otra. Se reparten bienintencionadas la fruta  y, disimulando, la comida basura.  
L a veces sale, tiene que trabajar, estar con gente, pero no  son personillas. Tampoco ella puede ser L totalmente.
Quien aprecia a la lectora sabe que tiene que transigir con Personilla, con los saltos y tarascadas que acarrean carreras en las medias, con los sofás llenos de pelos y su costumbre de interrumpir las conversaciones reclamando toda la atención. Habría que tener muy mal corazón para no esbozar una sonrisa ante su arsenal perruno de gracietas, su genuina curiosidad ante todo.
Aunque L cada vez se encuentra mejor, no la abandonan los recuerdos de los días negros y la amenaza de nubes hasta en jornadas de sol. Personilla ganó su sitio como testigo amable, apoyo incondicional y confidente. La lectora sabe que la perrita no estará para siempre, que no es su primer ni último amor a cuatro patas. También sabe que Personilla llegó en su cambio de era, en su era de cambios, los años de transformación que la hacen florecer de un modo distinto al previsto. Ahí si permanecerá siempre, única, brillante y central, cual botón de flor.