jueves, 14 de mayo de 2015

Personilla

Hay una Personilla que siempre le saca la sonrisa a la lectora de otros, que le tiene el corazón robado, a buen recaudo y calentito hasta en los días mas fríos.
Personilla es pequeña e inquieta, tierna y nerviosa, una cosita pelucha en movimiento constante de terciopelo negro con hebras de fuego y plata. Husmea su trufa negra en el cuello de la lectora, aportando fresco alivio como un beso de rocío, juntando su corazoncillo enorme -mucho mas enorme de lo que parecen permitir sus cuatro kilos- al de su humana.
La chica es suya y Personilla lo sabe desde que era tan solo unos gramos de ojos cerrados y quejidos insistentes.
Se apodera de todos los rincones de la casa, los muebles y la lectora. Son, sus conquistas, victorias selladas a base de siestas, bostezos, estiramientos y mordisquillos.
No es que la lectora la haya criado muy consentida, es que no podía ser de otra forma. Su rosada lenguecilla de fresa, de princesa, golfilla y vampiresa, es un bálsamo para el corazón de L, remendado, asegurado con velcros e imperdibles y aún así, amenazando con explotar y salirse el -quizá excesivo- relleno. Su frente, enfebrecida de puro atormentarse, nublada con un ceño casi perpetuo, se ve invadida por las cejas sorprendidas, los rizos locos, juguetones, ante  los ataques joviales y las embestidas de topillo ciego de su compañera, su mejor amiga.
Cuando está bien o intenta estarlo, L la lleva paseo. A veces van cerca de casa, al pequeño cerro desde el que se divisa la vista mas bonita del casco antiguo del pueblo. Otras veces, suben al monte, donde se cruzan con pinos, hinojos, ciclistas, romero, piñas caídas e incluso cabras montesas a lo lejos. Ascienden poco a poco por una conocida vereda, que se va empinando gradualmente hasta llegar al cabo de unos kilómetros, a La Fuente. Allí beben agua fresca, reposan, comen manzanas. Se hacen selfies, saludan a todos los que hacen la parada de rigor en el lugar. Emprenden la vuelta, Personilla, ligera y mas tranquila de lo que estaba al comenzar el camino. La lectora, cansada y temblorosa, con la cara colorada por el inusual esfuerzo que rompe su sedentaria rutina, el semblante relajado y las nubes en el cielo, que no en su cabeza.
Cuando no está bien ni hace por estarlo, la lectora se queda en casa. A Personilla no le importa mientras no la deje sola. Se enseñorea de las corvas de la chica, de su vientre, de los mejores cojines. Se suceden las historias en los libros, las películas e internet y ambas son una constante corporal de latidos, suspiros y gruñidos para la otra. Se reparten bienintencionadas la fruta  y, disimulando, la comida basura.  
L a veces sale, tiene que trabajar, estar con gente, pero no  son personillas. Tampoco ella puede ser L totalmente.
Quien aprecia a la lectora sabe que tiene que transigir con Personilla, con los saltos y tarascadas que acarrean carreras en las medias, con los sofás llenos de pelos y su costumbre de interrumpir las conversaciones reclamando toda la atención. Habría que tener muy mal corazón para no esbozar una sonrisa ante su arsenal perruno de gracietas, su genuina curiosidad ante todo.
Aunque L cada vez se encuentra mejor, no la abandonan los recuerdos de los días negros y la amenaza de nubes hasta en jornadas de sol. Personilla ganó su sitio como testigo amable, apoyo incondicional y confidente. La lectora sabe que la perrita no estará para siempre, que no es su primer ni último amor a cuatro patas. También sabe que Personilla llegó en su cambio de era, en su era de cambios, los años de transformación que la hacen florecer de un modo distinto al previsto. Ahí si permanecerá siempre, única, brillante y central, cual botón de flor.

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