martes, 20 de enero de 2015

La flor del arcén

Casi invisibles e inadvertidas, las flores de los arcenes pasan sus días. Acaso las mire -que no admire- un paseante distraído. Solo hay en su humilde existencia una certeza absoluta, la del momento, aquí y ahora, y la basura que las rodea. Desconocen si habrá agua para ellas, tal vez un mañana, o una aridez infinita. Despreocupadamente alegres y bonitas, oponen su minúscula resistencia al devenir, alzándose en multitud de vestidos amarillos, desconocedoras de la rueda de un vehículo que puede segarlas o del capricho del chiquillo que baja de su bicicleta. Tan solo plantan cara, sencillas, menudas y fuertes, viejas como el mundo, nuevas como cada amanecer, inconscientes y sabias en pequeñeces.


Como la flor del arcén, la lectora de otros sobrevive. Son ya casi 40 primaveras en su arcén, al lado equivocado de la carretera. Sin sólidos lazos, ni grandes logros méritos, ni una apariencia epatadora ni carisma que la envuelva, resiste. Se muestra, aunque pueda no ser vista, con vestimenta que quisiera lucir amarilla pero en muchas ocasiones no pasa de infinitos tonos de gris. Le falta la plácida seguridad de la flor del arcén, su insondable, temerario y eterno ahora. Pero igualmente, alza su mirada al sol, cierra los ojos y alcanza su minúscula consciencia de ser y estar...
Y desde esa irrisoria certeza, plantea su punto de partida.

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